Ignacio Pinazo es una figura irrepetible en nuestro arte y como verás, muy poco repetida en todo el arte mundial. Sólo unos cuantos casos podemos encontrar en la longitud de onda de este genio valenciano.
Esta es la entrada del mes de julio del calendario de Contraplano.
El fondo de pantalla que te regalo trata el tema LA RISA y EL JUEGO, con una cita literaria de Goethe sobre la conveniencia de preguntar a los expertos, los niños y los pájaros, por las cerezas y las fresas. Es decir, por “gozar la vida”.
Vale la pena tenerlo en la pantalla dándote los buenos días durante todo el mes.
Ilustrado por La cometa, uno de los cuadros más bellos de Ignacio Pinazo viejo conocido de nuestro calendario.
Dos son los aspectos que más flipan de este Pinazo.
Cosa UNO.
La facultad de los genios marginales que hacen lo increíble. COMO NO SABEN QUE LO QUE QUIEREN HACER ES IMPOSIBLE, LO HACEN. Esto ha pasado en el arte repetidas veces… y es lo que da título a la crónica. Y es un misterio.
Ignacio Pinazo (1849/1916) nació en una familia numerosa muy humilde y quedó huérfano de ambos padres en muy poco tiempo.
Para ayudar trabajó desde los 8 años en oficios manuales, algunos de ellos desempeñados personas mañosas y habilidosas con sus dedos. Esto le dio un carácter currante, trabajador y especialmente meticuloso.
Panadero siendo muy crío, tenía que preparar la masa de la primera hornada con unos madrugones inmisericordes. Dibujaba a escondidas lo que tenía más cerca, zapatos y espardeñas (Como Van Gogh). Fue dorador platero, decorador de azulejos, pintor de abanicos (como Renoir lo fue de porcelanas) hasta llegar a sombrerero, oficio que le permitió descansar por la noche e ir a los 15 años a la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia.
¿Qué es Velázquez?
Entró rápidamente saltando cursos en “color y pintura” las disciplinas difíciles, gracias a su habilidad manual y a su empuje cabezón y constante poseedor, eso sí, de algo que no tenían sus compañeros más acomodados, su gran incultura artística.
Y como el pequeño pastor Giotto, semilla del Renacimiento, que hacía sus borregos con carbones de la lumbre nocturna de dormir al raso y espantar lobos ignorando que la sombra, el volumen y la perspectiva aún no se conocían, Pinazo a falta de pinceles cogía la pintura con los dedos entre las risas de sus compañeros. Hasta que tuvo unos pinceles y descubrió matices y mezclas. El pintor Emilio Sala, uno de los “alegres reidores” le dijo:
– Usted sin duda conoce mucho a Velázquez.
A lo que respondió nuestro Ignacio:
– ¿Qué es Velázquez?
Leonardo, el hijo ilegítimo educado al margen del sistema por su mamá superprotectora, desarrolla una observación de la sombra única, crea una estética distinta y profundiza en un gusto por detalles que no tenía nadie. Todo ello emerge en la escuela del Verrocchio a lo bestia con su ángel del Bautizo de Cristo.
El niño Giotto con sus borregos de carbón en las piedras como un grafitero clandestino, deja boquiabiertos a los sabios del arte sienés cuando salen de paseo al campo. Caravaggio, entre robos, borracheras, crímenes y castigos, casi inventa el barroco e implanta otro concepto de pintura y de belleza.
El tema es el juego y la risa y Giotto, Leonardo e Ignacio Pinazo no son precisamente expertos en juegos, risas, cerezas y fresas… más bien lo son en soledad, trabajo esclavo y desatención.
Ya es difícil ser un Mozart con todo a tu favor y un padre excelente músico. Lo que es misterioso es ser Beethoven con un padre borracho, encadenado a un piano y con palizas diarias para que toque el piano.
Por eso tiene tanto valor la cometa de Ignacio. Y la belleza creada por todos los citados. Al pincel o con el pentagrama.
Cosa DOS.
Hay un plus especial que se dan en Giotto y Pinazo, pero no en los otros…
y es su capacidad de AYUDAR, QUERER, HUMANIZAR Y MEJORAR EL MUNDO QUE TIENEN DELANTE con el empuje de su carácter indomable, crítico pero cariñoso.
Nuestro Ignacio manifestó su temple metiéndose sin anestesia a hacer retratos, de una factura magnifica antes de los 20 años. Y a coger encargos fuertes. Un gran formato para la iglesia de Santa Mónica, con boceto y definitivos llenos de fuerza y sabiduría, fue rechazado por el párroco. Esto, suficiente para hundir a cualquier mortal de 19 años, despertó a Superignacín.
Tres años después ganó con ese mismo cuadro un premio en una gran exposición de Barcelona y allí, en el Museo d’Art de Catalunya, está el cuadrito. En Godella, el boceto.
Entiende que debe ir a Roma a formarse pero le rechazan la ayuda. De su miserable bolsillo saca lo que puede y se va en 1872… hasta que le dieron la beca. Lo más grande de todo es que allí coincide con Rosales y Fortuny… y con ellos desarrolla esa especie de pintura hiperdetallista y al mismo tiempo, muy suelta.
Esta suerte de tres mosqueteros con capacidades irrepetibles, son los grandes de España. Dos se mueren pronto e Ignacio dice tristemente recordando a Rosales: “En el entierro de Rosales, yo era el muerto”.
Pasó de pompas sociales, éxitos mundanos, logros económicos y brillos cortesanos (Fue de docente a Madrid y en cuatro días estaba de vuelta), se centró en lo suyo. Pintó tablillas con la caja de pinturas que Fortuny aprendió de un cuadro de Giovanni Fattori en el que pinta a un colega con la dichosa
cajita. Francisco Domingo, Joaquín Agrasot y fundamentalmente, Pinazo, la imponen en la pintura al aire libre de Valencia creando un tsunami luminoso que llegó hasta Noruega como ya dijimos aquí en otra ocasión. Las obras en tablilla son pintura taquigráfica que abunda en Valencia con una solvencia que nadie ha superado jamás.
Ignacio Pinazo se dedicó fundamentalmente a retratar con esa cajita en la que uno “escribe” el paisaje en minutos y lo que tenga delante. Auténticas joyas como puedes ver.
Su capacidad humana le llevó a ser valorado por toda una profesión llena de intrigas y envidias como… “El hombre más sencillo, más honrado, más querido y más bueno del mundo” (Ilustración Española y Americana). Descontento con Sorolla por su opción por el éxito, la fama y el dinero, opinión que manifestó abiertamente y sin tapujos siempre, fue correspondido por Sorolla con manifestaciones de cariño, atención y mimo delicados…. Lo consideraba un maestro y su maestro.
Y de esa manera, su capacidad humana le llevó a que le dieran a destiempo, sin abrir la boca, con la retirada de los principales artistas que además votaron a su favor, escritos de todos los intelectuales, gestiones del propio Sorolla y aplauso general, la distinción artística más importante de España, la Medalla de Oro de Bellas Artes del Estado Español por retirada absoluta de todos los aspirantes. Es importante señalar que este premio a este pintor y a esta pintura se concede cuando nacía el Cubismo, acababa el Fauve y ya quedaban atrás los Decorativos triunfantes Zuloaga y Anglada Camarasa.
O sea, un astronauta en la corte del Rey Arturo pintando tablillas.
Su arte, padre de la pintura moderna española según según el catálogo de la exposición de retratos de El Prado hace unos años (La obra seleccionada fue “LECCIÓN DE MEMORIA”), es a un tiempo oscurantista y luminista, de estudio y de la calle, preciosista y bocetista, espontáneo y estudiado, “escrita” de cerca y con “pincel largo”, con texturas y con chorretes, al aire libre y con velas.
Mira la soltura y la potencia del retrato de Marisa reflejando toda la pose infantil de la atención en algo que borra el resto del planeta.
Y para despedirme, destaco más abajo mi retrato preferido, PRIMERA LECCIÓN DE MEMORIA, que él decía influido por Rembrandt y que recoge casi con “alma de tablilla” mi experiencia infantil de recitar de memoria la lección de mañana.
Un genio.
(Poco a poco iré recuperando crónicas anteriores que detallan aspectos de este valenciano genial y de otros entresijos del arte)